martes, noviembre 08, 2005

París, los arrabales en llamas.


Bruno Marcos

Primero fueron los ilustrados y una pandemia, a medias utópica y a medias nostálgica, recorrió Francia hasta nuestros días: Rousseau, Voltaire, Montesquieu... luego Baudelaire, Lautréamont, Verlaine, Rimbaud, Mallarmé… la bohemia al completo recorriendo la espalda de las calles de París, Alfred Jarry, Duchamp, Breton, los existencialistas, los sesentayochistas... y las legiones de vagos camino de ser devorados por el tiempo, a pudrirse en la indolencia; como si vivir pudiera ser permanecer en un estado de ánimo, como si el entusiasmo pudiera ser parte de un programa y no una emergencia sin más, un exabrupto histórico.
En pos de una moratoria los nostálgicos de la nostalgia, los errabundos intelectuales, buscando bajo el asfalto la luna, dieron con las cloacas.
La violencia brota por los arrabales de París, una violencia abstracta, extraña, injustificada. Es la chusma -dice el ciudadano Robespierre- y, efectivamente, eran los que faltaban, los que, de verdad, debían haber protagonizado, en su día, la revolución, la revolución clásica; pero no para tomar el poder sino para mostrar la putrefacción.
Una mujer árabe se queja de la destrucción de su automóvil: “cuesta mucho dinero –dice desorientada- por qué pasa aquí esto, en los países musulmanes esto no ocurre”. 28.000 vehículos incendiados en los diez primeros meses del año y cerca de 17.500 contenedores de basuras quemados desde el 1 de enero. Coches y basura, destruir los coches y la basura, los descamisados van hasta el infinito en el intercambio simbólico: si no hay contenedores para sacar la basura, esta inundará París; si no hay coches nadie podrá entrar ni salir de la periferia; la periferia no será ya más un lugar de tránsito como no lo es para la chusma que no puede salir jamás de ella.
Los arrabales claman por su cota de visibilidad, por su trocito en la verborrea de los mass media. Se quejan no ya de la miseria sino de la ocultación tan severa en la que viven, con una visibilidad escuálida, no redimida ni por la telerrealidad ni por la televisión basura, que acabarán por consumir sólo ellos. Nadie se ha dado cuenta en París que donde se radica la auténtica pobreza el lugar se implanta inalterable. ¿Qué más queremos? Esos son los lugares, los centros psíquicos de determinación que tanto añoramos en el primer mundo, las antípodas del aeropuerto, la autopista, la urbanización o el centro comercial. Esto es lo que buscan los turistas en el tercer mundo.
Los periódicos retransmiten esta extraña declaración: “Los alborotadores, que actúan en pequeños grupos y de forma dispersa, confirmaron anoche su voluntad de destruir no sólo intereses privados sino también –con cierto alivio- símbolos del Estado.”
En Estados Unidos se habla de la ira. De pronto unos jóvenes entran armados en su instituto y disparan indiscriminadamente contra sus compañeros: es la ira. Como un siroco imprevisible se muestra de vez en cuando. Un hombre comete un pequeño delito y huye por una autopista en dirección contraria, un helicóptero lo filma, varios coches salen dando vueltas de campana, y, al final, cuando no puede más, el hombre se rinde: es la ira. ¿Pero qué es esa ira?¿Un odio de ida y vuelta por sufrir al desear penetrar en un mundo al que se desprecia y no conseguirlo?
Alguien dice: “... el Gobierno tiene parte de la culpa, porque "retribuye demasiado bien a quienes no trabajan, tanto que casi no les sale a cuenta trabajar, por eso nacen estas bandas de delincuentes que no tienen nada que hacer". Otra vez los vagos.
La policía republicana declara que los autores no son otros sino delincuentes; ¿acaso cabía la posibilidad de que fueran otra cosa?¿Tal vez la policía republicana sospechaba que se pudiera tratar de otro tipo de individuos, quizá revolucionarios? En París siempre cabe la posibilidad, y, más aún, si pensamos que no tiene ningún fin lucrativo levantar los adoquines de las calles para recibir a pedradas a un ministro. Parece una acción totalmente altruista, desinteresada, incluso en el sentido kantiano del desinterés de las cosas artísticas. ¿Estarán, los alfeñiques de tres al cuarto de los arrabales de París, creando una situación situacionista? ¿Estará la chusma articulando y lanzando una proclama cuyo fin sea darle la vuelta a la esfera pública por tanto tiempo usufructuada por los mercaderes? No lo creo.
Los arrabales lanzan su canto de escoria sin saber que están produciendo imágenes, algo de provecho, por una vez en su vida y sin saberlo.

10 Comments:

Anonymous Anónimo said...

y va en aumento!!!

noviembre 08, 2005 6:23 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

hay ciudades que invitan al suicidio como dijo el poeta,otras, al asesinato.
Bienvenidos al Paraíso.
Robespierre

noviembre 09, 2005 5:39 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Esta noche he soñado que la ciudad se iluminaba con el ruido de los coches y que la vida es una papelera quemada en la esquina donde trabajaba Descartes.He despertado en la plaza,la plebe grita un nombre,yo sólo escucho un lejano silencio.El acero no tiembla,espera.
Robespierre

noviembre 09, 2005 5:44 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

He encontrado en le charco el libro Poesía bohemia española de Víctor Fuentes,ed.
"Vendrá de novia vestida,y así vestida la muerte, parecerá de esta suerte que viene a darme la vida" P.L.D.G.
Antonio Palomero

noviembre 10, 2005 5:38 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

los miserables salen de la catedral y su blafesmias queman el corazón de botella de los borrachos.

noviembre 10, 2005 5:44 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Equécrates- ¿Estuviste tú mismo, Fedón, junto a Sócrates el día aquel en que bebió el veneno en la cárcel. o se lo has oido contar a otro?

El odio es una energía no supeditada a la economía.
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No es posible una economía del odio ni su matriz es la lucha de clases.
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El odio sólo se expresa, en su verdadera magnitud, en presencia o aparición de un contexto ético (de distinción entre lo aceptable y lo inaceptable) orientado al sujeto
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La suma inicial de energías necesaria, ahora, para causar un temblor en el sistema no puede ser regulable. La regla, en el presente, es un identificador de la flexibilidad e instinto de conservación del régimen hegemónico que determina las condiciones de existencia. Parte de ese sistema y obedece, en todo caso, a su conservación.
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La estrategia y la táctica, como cauce de perdurabilidad, son métodos adecuados para encarar la existencia en márgenes de acción adversos, pero en todo caso no actúan como catalizadores de una transformación. Son desplegados a posteriori.
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En el presente en el cual somos administrados, una acción violenta con trasfondo de lucha de clases en pos de una sociedad del bienestar (que se ha desvelado como una ficción) puede causar daños, pero no transformaciones.
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En el presente, una acción traumática que recuadre las condiciones de un sistema ético orientado al sujeto puede causar daños y transformaciones.

noviembre 10, 2005 11:19 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Las llamas francesas
SAMI NAÏR
EL PAÍS - Opinión - 12-11-2005

Los violentos sucesos ocurridos durante las últimas semanas en Francia no son producto de la ciega locura de unos cuantos gamberros perdidos y decididos a quemar su vida por completo. Tampoco son el resultado de una conspiración partidista: no hay una organización, ni una religión, ni una ideología detrás de estas ciudades en llamas. Sólo hay una cólera espontánea. Sólo hay desesperación convertida en violencia callejera.

Lo que está sucediendo hoy era previsible. Es el fruto envenenado producto de 30 años de abandono social y de los tres últimos años de provocaciones demagógicas contra la población de los barrios periféricos. No tiene que ver con la inmigración, las diferencias religiosas ni la delincuencia. Se trata de fisuras en la cohesión de Francia, un modelo de integración cultural dañado, los fracasos en cadena de la República. Ningún partido tiene más responsabilidad concreta que otro: la derecha y la izquierda, la izquierda y la derecha, comparten con la misma irresponsabilidad la responsabilidad del desastre. Ni una ni otra tienen de qué presumir.

En estos tres años, la situación se ha degradado de forma considerable: un ministro ha manipulado peligrosamente la dinamita de las barriadas. A los 30 años de abandono se ha añadido el insulto. "Limpiar con Kärcher", meter en cintura a la "chusma", son palabras que se prestan demasiado a la generalización. Como era de prever, le han estallado en las narices. Porque ante él había unos jóvenes que ya no tenían nada que perder.

Todavía no es posible medir las consecuencias de esta explosión. Pero se puede afirmar ya, sin miedo a equivocarse, que se trata de una revuelta de pobres, de una Jacquerie

[revuelta campesina medieval] de los tiempos modernos. El país ha quedado profundamente herido. Ha descubierto, en medio de las llamas, el mal que le corroe desde hace décadas: la etnicización de las relaciones sociales, el racismo que machaca a generaciones enteras, la exclusión que refuerza el odio, la marginación social que prepara el terreno para las batallas de mañana. No queremos reconocerlo, pero la verdad está ahí: Francia, la República "igualitaria", se miente a sí misma. ¿Fingimos descubrir ahora la cesura? Lo cierto es que hace ya 10 años que se encienden las llamas en aquellos espacios en los que el Estado se limita únicamente a su función represiva. No hay nación cuando la nación se niega a sus hijos. No existen deberes cuando los derechos son puramente retóricos.

En los años ochenta se empezó a equiparar la inmigración con una maldición social. Hicimos de los hijos franceses de esa inmigración un desafío para la identidad. Transformamos la marginación urbana, profesional y cultural, que reviste a padres e hijos del mismo oprobio, en una culpabilidad social. Y, como es natural, los gobernantes son maestros consumados en el arte de la chulería política. Para ellos, la integración social de ese sector excluido del pueblo francés se reducía a consignas tan estúpidas como insultantes: hay que dar "visibilidad" a los jóvenes de "segunda generación", decían: puestos de baja categoría en las administraciones, medallas aquí y allá, programas de televisión políticamente correctos, "prefectos musulmanes", semi-ministros; en resumen, una zidanización engañosa que ocultaba la auténtica catástrofe social. Convertimos la integración en un deber simbólico.

Y acabamos por manipular el símbolo despreciando la integración. Porque el gran ejército de los olvidados, de los don nadies de los barrios periféricos, no se siente involucrado. Nunca se sintió involucrado, en el fondo. La izquierda había establecido el "empleo juvenil", que se derritió como la nieve cuando el poder cambió de manos. Lo curioso, en realidad, es que esas nuevas "clases peligrosas" situadas en el interior de nuestras sociedades ricas hayan tenido tanta paciencia ante la humillación que se les ha impuesto. Pero todo tiene un límite. Y lo peor ha ocurrido.

En los cenáculos políticos se preguntan ya quién se beneficiará de este estallido. Beneficiarse electoralmente, se entiende. La extrema derecha se frota las manos, Nicolas Sarkozy saca pecho, y todos los De Villiers de la derecha, con la vara de medir de su demagogia, se disponen a utilizar la carga subversiva del miedo de esta violencia para engrosar sus filas.

El Gobierno, por su parte, busca medios de represión legal. Para apagar el incendio ha rehabilitado una ley de 1955, fabricada en un momento en el que los "departamentos" argelinos vacilaban. ¿Será que, en la propia Francia, tenemos a parte de la población colonizada, con la misma falta de legalidad? Y el dispositivo se endurece: el ministro de Justicia fomenta la colocación de los jóvenes en centros educativos cerrados, el del Interior ordena a los prefectos que expulsen inmediatamente a los "extranjeros causantes de problemas", tanto si están en situación irregular como si no. El primer ministro, Dominique de Villepin, hace un llamamiento al orden y la justicia. Está claro lo del orden. ¿Pero la justicia? ¿Se trata sólo de detener, condenar, expulsar? Sería un grave error reaccionar sólo de esta forma, porque justificaría las provocaciones que han desembocado en el estallido de cólera. El Gobierno es consciente de ello: anuncia un desfile de medidas destinadas a favorecer el empleo y la inserción social en los barrios desfavorecidos (convocatoria de todos los jóvenes en paro a la ANPE [Oficina Nacional de Empleo] para una "entrevista detallada"; creación de nuevas zonas francas urbanas; primas de regreso al empleo para los beneficiarios de las prestaciones mínimas sociales; contratos de acompañamiento para desarrollar los puestos de proximidad); promete aumentar los medios económicos de la oficina de renovación urbana en un 25%, mejorar las redes de sanidad pública, asignar 100 millones más de euros a las asociaciones el próximo año, etcétera.

Todo eso es loable. Sin embargo, es inevitable temer el "efecto de anuncio" y preguntarse por los medios concretos para poner en práctica estas medidas. En materia de educación, la principal propuesta del Gobierno consiste en reducir la edad de inicio de la formación profesional a los 14 años (en lugar de los 16 años actuales) para los alumnos en situación de fracaso escolar. Uno se queda pasmado ante esta medida totalmente aberrante y retrógrada, que sólo servirá para acentuar el abandono social y la condición precaria de esos jóvenes, al privarles definitivamente de cualquier perspectiva de movilidad social. ¿Es así como monsieur De Villepin pretende garantizar "la igualdad de oportunidades para todos los franceses"?Lo que hace falta es atacar la raíz de los problemas. Lo primero, que todos puedan acceder a la ciudadanía. Para ello es precisa una firme estrategia de integración a través de la educación, el empleo y la diversificación urbana. Tarea difícil, porque los vectores de integración están paralizados: el Estado ha capitulado ante los poderes económicos que desprecian el aspecto social, y la privatización generalizada fomenta la guerra de todos contra todos y atiza todos los odios de identidad; los movimientos asociativos, que han sustituido sobre el terreno a los partidos políticos, no sirven más que para paliar los efectos, aplazar la furia y buscar soluciones provisionales para unas vidas que no controlan su propio destino.

Pero el Estado tiene que recuperar las riendas. No sólo tiene que restablecer su autoridad en todo el territorio, sino también asumir sus obligaciones en materia de cohesión colectiva. Hay que acabar con tantas promesas incumplidas, tantas mentiras, tantos errores acumulados. En Francia no puede haber Nación, no puede haber República, si no hay un Estado que aglutine todo el conjunto al servicio de una solidaridad común y ciudadana. Y hace falta explicar, para combatir el racismo, que la identidad común es consecuencia del carácter multiétnico de la República, no su opuesto. Estamos ante el final de una época. Las cosas no volverán a ser como antes. El pueblo francés, como de costumbre, está adquiriendo conciencia de sí mismo a través de sus crisis. ¿Comprenderán esta situación las mentes que nos gobiernan? Hay que confiar en que sí, por el bien de todos; si no, como decía en los años sesenta el escritor James Baldwin a propósito de las discriminaciones en Estados Unidos, "la próxima vez, el fuego".

>>Sami Naïr es profesor de Ciencias Políticas en la Universidad París VIII e invitado en la Universidad Carlos III de Madrid. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

noviembre 12, 2005 1:45 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

...J’baiserai la France jusqu’à ce qu’elle m’aime

TANDEM

93 Hardcore

REFRAIN :
Tout le monde veut s’allumer, tout veut se la mettre
C’est la fin des haricots, il n’y a plus de lové…
93 hardcore
Levez les bras si vous êtes fort
Ma banlieue nord veut des gros sous, pourtant nos mains sont dans la boue…
Tout le monde veut s’allumer, tout veut se la mettre
C’est la fin des haricots, il n y a plus de lové…
93 hardcore
Levez les bras si vous êtes fort…

Dans mon 93, gros, on est trop dans les djèses
Quand on baise c’est des putes à cent feuilles pas nos cinq doigts
Département du bonchar, on veut s’en mettre plein les fouilles
Mais, petit, je te l’ai dit cent fois, personne n’est sans faille
Lucifer tu es trop bon, viens que l’on s’envoie en l’air
Infidèle, madame misère est trop frêle et beaucoup trop laide
Pour que l’on s’entraide, il faut du profit frelo pour qu’on reste au beau fixe
Il faudrait moins d’flingues et plus de fric
Carcéral vécu chez moi, il n y a pas de sécu rien qu’on nous persécute
Mais tu vas perdre face à Belzébuth
Si tu as fais de belle études c’est mieux qu’une grosse peine sais-tu
Que faire du bitume, c’est voir des frères qui s’entubent ou qui s’entretuent
Enculé, moi j’ai grillé ton plan macabre
Plus de jeunes à la morgue ça fait moins de jeunes à la barre
La vie que j’ai, tu la connais par cœur, vu que c’est partout la même
J’baiserai la France jusqu’à ce qu’elle m’aime
Même condamné, l’on sort en condi, on trouve des combines
On est combien à vouloir compter des celias par centaines
On vit sans paix trop de peine vas-y garde la pêche
Trop de pères en babouches regardent leurs fils tomber à Boboche
Les poches vides, on abat les traîtres, on bat les cartes de nos vies
En bas de la tèce Seine Saint Denis fallait pas teste
Que des cadavres devant les barres et de gueuches un peu tout part
Tu flippes, mais c’est mon 93 tout ça
C’est des mecs morts saouls, des becs à nourrir sans un kopek
Les decks sont vraiment sans respect mais j’emmerde les teurinspects
Ici personne n’est vierge comme nos casiers judiciaires
Imbécile, tu ne fais qu’une mère déçue quand tu niques la justice
Gros, la rue n’est qu’un cercueil ambulant
Il suffit d’un coup de feu pour qu’on appelle l’ambulance
Ouragan de violence pour un peu d’opulence je n’en peux plus
Mais dis-moi où tu planques ton coffre ou je te sortirais mon gun…

Tout le monde veut s’allumer, tout veut se la mettre
C’est la fin des haricots il n y a plus de lové…
93 hardcore
Levez les bras si vous êtes fort
Ma banlieue nord veut des gros sous, pourtant nos mains sont dans la boue…
Tout le monde veut s’allumer, tout veut se la mettre
C’est la fin des haricots il n y a plus de lové…
93 hardcore
Levez les bras si vous êtes fort…

Dans mon 93 rien que ça marche à la testostérone
Allez viens, goûte au sérum si tu débines on te dérobe si tu rechignes, protège ton sternum
On est tous des hommes et tu ne pourras rien y faire
Je viens de là où si t'es faible c'est à coup de barres de fer qu'on te règle,
Paranoïaque juvénile on s'endurcit parmi les impulsifs
On ne prend pas de raccourci vu qu’ils peuvent réduire ton espérance de vie
On rêve tous de tires à quarante millions de dollars
Et toute coopératrice qui n’aura sûrement pas son mot à dire
Alors, pour y parvenir tous les moyens sont bons,
Dans cette course aux bifftons, faut pas ralentir avant que tu puisses un jour t'amortir,
T’imagines bien que dans mon neuf trois, on sait y faire
Que ce soit dans le sport ou le tertère, dis-toi bien qu'on te nique ta mère...
On est tous fiers au bas de nos tours mais ce bâtard veut nous foutre au trou
Alors comment son petit va pécho son bout,
On est pertinemment conscient de tous nos échecs scolaires
Mais tout serait différent si la sorbone serait domiciliée à Auber...
Mais non, putain de merde tu voulais me la mettre à long terme
Viens faire un tour dans mon neuf trois si tu l'aimes tellement !
Là où les montagnes de coke viennent droit de la Colombie
Là où les zombies sont plus présents qu'en Haïti ; qu'elle est hardcore cette vie !
Mais je l'aime à mort cette pute
Peut-tu te permettre d'être abattue sans que t’aies pris une thune à mort la vertu;
En tant que vacataire et acteur actif de mes déboires
J’ai eu trop peur qu'il ait fallut que je me mette à boire ...
Toujours pas disque d'or mais toujours trop de choses à dire, trop de choses à fuir
Que je ne dors même plus quand je dors
T’as vu dans mon département, c’est comme partout
Y a des fils qui virent mal et des filles qui finissent dans des boites à partouzes,
Heureusement que ce n'est pas général, y’a aussi des gens qui taffent
Des petits frères qui mettent des baffes au bac et des noiches qui taffent au black
93 hardcore, levez les bras si vous êtes fort
C'est pour ceux qui écoutent aux portes et ceux qui ne mangent pas de porc.

REFRAIN :
Tout le monde veut s’allumer, tout veut se la mettre
C est la fin des haricots il n y a plus de lové…
93 hard core
Levez les bras si vous êtes fort
Ma banlieue nord veut des gros sous pourtant nos mains sont dans la boues…
Tout le monde veut s allumer, tout veut se la mettre
C est la fin des haricots il n y a plus de lové…
93 hard core
Levez les bras si vous êtes fort…

noviembre 13, 2005 11:22 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

TRIBUNA: JUAN GOYTISOLO

París después de la batalla

JUAN GOYTISOLO
EL PAÍS - Opinión - 25-11-2005

1. En apenas un mes de intervalo nos hemos enfrentado a dos acontecimientos, no por previsibles menos insólitos, a causa de la llamativa contradicción existente entre ambos: el de la avalancha humana provocada por la miseria de África subsahariana, en su busca desesperada del sueño europeo, y el de la rebelión, sin jefes ni ideólogos, de los hijos y nietos de los inmigrantes instalados en él desde hace dos o tres décadas. Unos arriesgan la vida para acceder al paraíso vedado y otros, supuestamente privilegiados, se rebelan contra un orden que les ningunea y excluye.

¿Cómo explicar esta paradoja sin recurrir a los clisés de quienes fomentan la demagogia del choque de civilizaciones a fin de captar el miedo del electorado con miras a alcanzar el poder en nuestras democracias enfermas?

2. La política de tolerancia cero de Sarkozy y la imposición del toque de queda a una población mayoritariamente magrebí y subsahariana no son algo nuevo. La prohibición de circular a partir de las diez de la noche se impuso en París desde el comienzo de la rebelión independentista en Argelia y no cesó sino hasta la firma de los Acuerdos de Evian en 1962. Asomarse a la calle después de anochecer era un juego arriesgado para quienes incurrían en el delito de sale gueule. Un amigo zamorano miembro del comité central del PCE clandestino, cuyo rostro podía confundirse fácilmente con el de un meteco, dio repetidas veces con sus huesos en el coche celular y en la comisaría del barrio, sin que le valieran para nada sus documentos de refugiado político español. (Verdad es que España no era aún europea y frente a los "residentes privilegiados" de las ex colonias francesas, los españoles disponíamos tan sólo de una tarjeta de residencia de lo más "ordinario").

Recuerdo muy bien lo acaecido el 17 de octubre de 1961 cuando, primero en la plaza de la Ópera y luego en la de L'Etoile, asistí con un puñado de amigos de France Observateur y de Les Temps Modernes al reto mudo de millares de argelinos que mientras ascendían en grupos compactos por las bocas del metro eran apriscados a culatazos en el interior de los furgones y que, al resultar éstos insuficientes, permanecían con los brazos alzados detrás de la nuca en las vastas aceras de esta Estrella que se coloreaba bruscamente de amarillo, como la impuesta por el régimen de Vichy a los judíos, y revivía el bochorno de un deshonor repetido en menos de un cuarto de siglo de distancia.

La realidad de cuanto sucedió después no se conoció, en pequeñas dosis, sino mucho más tarde: docenas de cadáveres maniatados aparecieron flotando en la mansa corriente del río cantado por los poetas, bajo esos mismos puentes evocados por los chansonniers al son melancólico de acordeones y de guitarras. El prefecto de policía que ordenó y encubrió la matanza fue el mismo que, durante la Ocupación, autorizó el envío de trenes sellados con mujeres y hombres, niños y ancianos judíos, a los campos de exterminio nazis. Como el Bolero de Ravel, la historia reitera sus crueldades e infamias con oportunas variaciones sinfónicas que le confieren un aire engañoso de novedad.

3. Tras la independencia de los países del Magreb y de las colonias africanas, Francia vivió una década gloriosa interrumpida, es verdad, por los inesperados acontecimientos de mayo de 1968. Por espacio de dos semanas la fértil inventiva de los estudiantes e intelectuales que les sostenían cubrió las paredes de la capital de inscripciones burlonas y cínicas, cómicas, insolentes, provocativas y alegres, con lemas y consignas que introducían un elemento lúdico en el torpor de la beatitud burguesa, hasta que las aguas volvieron a su cauce y todo quedó en una nebulosa utopía, un festivo paréntesis en el hastío de la vida ordinaria. Ni la clase obrera ni, con mayor razón, los inmigrantes apoyaron la revuelta ni participaron en ella. Los magrebíes que entonces frecuentaba no entendían lo ocurrido, contemplaban con recelo a los manifestantes y temían ante todo por la seguridad de sus puestos de trabajo. De Gaulle era muy popular entre ellos y el fervor ácrata de los universitarios les llenaba de estupor e incluso de indignación.

La misma desconfianza y pánico atenazaban a nuestros compatriotas. Recuerdo la reacción inesperada de la asistenta ante los gritos de los manifestantes que desfilaban junto a casa mientras proferían gritos contra el General: "¡No sería nuestro Franco quien se dejaría insultar así!". Por esas fechas presencié igualmente con desaliento la cola bulliciosa formada en la acera de una sucursal bancaria española de la avenida de la Ópera: había corrido la voz de que el franco francés se hundía y los inmigrantes se precipitaban a retirar de allí sus ahorros.

No obstante, la euforia económica no se interrumpió. Vivir y trabajar en Francia era un privilegio del que todos los inmigrantes se sentían orgullosos. La economía necesitaba la fuerza de sus brazos y fábricas, constructoras y empresas los contrataban in situ: llegaban a la antigua metrópoli con la documentación en regla.

Cuando el paréntesis de mayo concluyó -el primer fin de semana con las gasolineras abiertas- la inmensa mayoría de los franceses respiraron. Curiosamente, el número de muertos en accidentes de tráfico fue 30 veces superior al causado por la violencia estudiantil y de las fuerzas antidisturbios.

4. La bonanza económica se prolongó durante el mandato presidencial de Georges Pompidou. Se aceleró así la construcción de ciudades dormitorio en Aulnay-sous-Bois, La Courneuve, Levallois y otros municipios de la banlieu y los inmigrantes magrebíes y subsaharianos se acomodaban en ellas con el orgullo condigno a una promoción social respecto a sus hogares colectivos de antaño. Nadie hablaba en aquellos tiempos de identidades ni de religión. El problema mayor era el de la reunificación familiar indispensable para la obtención de un apartamento.

Había con todo una diferencia entre quienes se instalaban temporalmente en el lugar con miras a ahorrar lo suficiente para regresar a sus países de origen -actitud mayoritaria entre los españoles y un sector de los portugueses y marroquíes- y los que lo hacían de forma definitiva, con familia o sin ella, como los argelinos. La desconfianza de los últimos tocante a la estabilidad política y monetaria de su país les aconsejaba quedarse en la ex metrópoli e integrarse en ella. La guerra árabe-israelí de 1973 y el consiguiente embargo petrolero que sacudió duramente la economía de los países europeos abrió un nuevo periodo de incertidumbre y tensiones. El desarrollo económico frenó, muchas empresas redujeron su plantilla, los inmigrantes dejaron de ser recibidos con los brazos abiertos. Aunque lo que pronto se llamaría "flexibilidad laboral" se produjo de forma paulatina y no se manifestó con todas sus consecuencias hasta el final de la década, la percepción recíproca de Francia por los inmigrantes magrebíes y subsaharianos y de éstos por una buena parte de la población autóctona, se modificó. El discurso de Le Pen y la prédica islamista de quienes

formarían más tarde el FIS argelino comenzaron a poner en tela de juicio el modelo de ciudadanía republicano. Los años ochenta reflejan las crecientes contradicciones del sistema: emergencia de una generación de franceses oriundos del Magreb y las antiguas colonias africanas, aumento del paro y de la inmigración ilegal, xenofobia, racismo. El sueño europeo empieza a desvanecerse entre quienes viven en él. La calidad de vida y de enseñanza en las ciudades dormitorio se degradan. Mientras las dudas acerca del futuro se extienden entre los hijos de los inmigrantes, convertidos en la práctica en ciudadanos de segunda, el foso abierto entre ellos y el mundo político no cesa de ensancharse. La República no se muestra capaz de insertarlos en el campo político y el mediático y su marginación crece. Aunque numerosos sociólogos analizan el problema y apuntan a sus previsibles consecuencias, ni Mitterrand ni Chirac se resuelven a afrontarlo y se limitan a evocarlo de pasada en sus programas de gobierno. Pocos, muy pocos magrebíes y subsaharianos figuran en sus listas electorales: el número de quienes acuden a las urnas es aún escaso y son por tanto materia desechable.

5. Por espacio de 40 años -interrumpidos, es verdad, por mis cursos en Estados Unidos y estancias en el Magreb-, viví en el barrio parisiense de Sentier, a caballo entre los Distritos Segundo y Décimo: un espacio urbano multiétnico, con talleres de confección propiedad de judíos y armenios y con una inmigración procedente de distintas partes del mundo. A los magrebíes instalados en él antes de mi llegada se unieron primero españoles y portugueses y luego yugoslavos, turcos, kurdos, hindúes, paquistaníes, bangladesíes, tamiles, cingaleses. Los enfrentamientos nacionales, étnicos y políticos existentes en sus países de origen -árabes contra judíos, turcos frente a kurdos y armenios, hindúes frente a paquistaníes, etcétera- no se reprodujeron nunca en el barrio, ni siquiera en los momentos de gran tensión como las guerras árabe-israelíes de 1967 y 1973, el conflicto de Cachemira o las matanzas de Sri Lanka. La vida prosiguió con normalidad. El tejido urbano favorecía, favorece aún, su identidad peculiar, el contacto entre sus componentes, el valor energético de la ósmosis.

A cuatro estaciones de metro de allí, el distrito predominantemente árabe de Barbès, que yo conocía de cabo a rabo -y en cuyos cafetines descubrí a quien luego sería la madre del rai, la célebre chija Rimiti-, la convivencia entre magrebíes y franceses no planteaba otros problemas que los derivados de la vetustez y hacinamiento de una buena parte de sus edificios.

El plan de "saneamiento" del entonces alcalde Chirac se tradujo en el desalojo de numerosas familias argelinas, trasladadas a las torres de cemento de los suburbios del departamento de Seine Saint-Denis. El barrio se "adecentó" y afrancesó, pero los dispersados del centro abigarrado y vivo en el que se entremezclaban con el resto de la población, se concentraron en unos guetos de cemento sin las escuelas mixtas, cines, mercadillos, cafés ni bazares que vertebraban su identidad heterogénea y mutante. La supuesta promoción a hogares nuevos disfrazaba el destierro de numerosos adolescentes a unos suburbios inhospitalarios, lejos del centro urbano, en el que habían crecido con sus padres y del que de un modo u otro se sentían parte integrante. La diversidad al amparo de la ley republicana se transformó así en un sentimiento de desarraigo y despecho: una deportación que hacía nacer en ellos un difuso afán de venganza.

6. El proyecto integrador de las redes asociativas, pequeñas revistas beurs o emisoras de radio como la de Belleville que animé en alguna ocasión, tropezó no sólo con el desastroso modelo de urbanismo que conducía inevitablemente al gueto étnico, sino también con el rechazo de muchos "franceses de cepa" que, como nuestros cristianos viejos, discriminaba a esos "franceses nuevos" y los empujaba a los márgenes de la sociedad sin que los poderes públicos ni la administración local hicieran cosa para remediarlo.

En una época como la de las dos últimas décadas, en la que las ofertas de trabajo estable y cualificado escasean, llamarse Ahmed, Mohamed o Fátima constituye un obstáculo difícil de sortear. No hablo de oídas: conozco casos de marroquíes a quienes les fue denegado el alquiler de un piso concertado por teléfono por su esposa o compañera "francesas de cepa" cuando se presentaron con éstas en el despacho de la promotora inmobiliaria. Conscientes de ello, centenares de magrebíes de los dos sexos han cambiado de nombre de pila, europeizándolo. El Journal Officiel -equivalente de nuestro Boletín Oficial del Estado-, reproduce puntualmente la lista de quienes aceptan mudar de identidad para evitar la segregación laboral y la existente en la concesión de viviendas. Recuerdo la carta de una muchacha publicada en Le Nouvel Observateur que, tras haber enviado su currículo profesional con las condiciones requeridas por el contratista, recibió como una bofetada el comentario de éste: "¿Con qué derecho se llama usted Catherine con una cara como la suya?".

El modelo de integración republicano víctima del urbanismo de las siniestras torres de hormigón y de la segregación etnicista de las castas, se resquebrajó gravemente en la pasada década. La ola de violencia de otoño de 2005 venía cantada.

7. En mi última visita a Aulnay-sous-Bois hace nueve o diez años, verifiqué la magnitud del desastre: los amigos que se habían insertado en el barrio gracias a la política de agrupación familiar, vivían, jubilados, con sus hijos y nietos nacidos en Francia, en un entorno desalmado y hostil. Los jóvenes habían abandonado los estudios en sus escuelas conflictivas, engrosaban la lista creciente de los parados y deambulaban en pandillas por entre las torres de hormigón y antenas parabólicas sin ningún incentivo ni esperanza de un futuro mejor. Sus ídolos eran Zidane y sus compatriotas raperos. El proselitismo islamista calaba tan sólo en una pequeña minoría. El célebre racaille de Sarkozy expresaba cabalmente su desafiante identidad: se sentían chusma, escoria, materia fecal, tal como escribí sobre ellos con antelación a las canciones provocativas y violentas de grupos musicales como Zebda o Sniper, oportunamente citados por el corresponsal de La Vanguardia el pasado día 12. La resurrección de las leyes de 1955 les confortó aún en su sentimiento de que la República era una nueva máscara de la antigua discriminación colonial.

Al asumirse como chusma, escoria o ángeles exterminadores, esos "franceses nuevos" (y un buen puñado de adolescentes de "pura cepa") necesitaban quemar coches y edificios públicos para hacerse oír. Sus canciones, pintadas, consignas, convergían en un objetivo: sacudir el edificio de la República. Los videojuegos de violencia urbana pasaron, a partir de los incidentes del 27 de octubre, del reino de lo virtual al de una realidad que acapararía la atención, conforme a sus propósitos, del universo mediático mundial.

8. La rebelión violenta de las banlieues pone en tela de juicio el urbanismo creador de guetos étnicos, la política agresiva de tolerancia cero del actual Gobierno y la seudointegración de unos jóvenes nacidos en Francia que, hace ya unos pocos años, durante el partido de fútbol entre ésta y Argelia, acogieron con pitadas y silbidos los compases de la Marsellesa en las narices del propio Chirac.

Vuelvo al comienzo de esta reflexión. ¿Saben los que intentan huir de la miseria a través del perímetro disuasorio de Ceuta y Melilla cuanto acaece en el interior del paraíso europeo con los hijos y nietos de quienes accedieron a él? ¿Cómo resolver las contradicciones del capitalismo global que agrava por un lado, con sus leyes inicuas e indecentes presupuestos militares, la penuria extrema del continente africano y que predica por otro la libre circulación de capitales y bienes mientras erige en sus fronteras muros tan eficaces como el antiguo Telón de Acero? En nuestra confortable sociedad del espectáculo podemos zapear de las alambradas cubiertas de prendas ensangrentadas al divertimento de millares de coches en llamas en los suburbios de las ciudades francesas sin que nadie en el mundo político acierte a dar un diagnóstico justo del mal que corroe a la totalidad de nuestro planeta.

Juan Goytisolo es escritor.

noviembre 25, 2005 11:02 a. m.  
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